El valle políglota
Hace muchísimos años que lo visité por primera vez. Era muy
temprano y en el largo túnel, que actuaba como custodio de su aislamiento de
España, un camión con una plataforma nos precedía; desde ella un par de
operarios se encargaba de tirar abajo los enormes carámbanos que colgaban del
techo para evitar males mayores. Era el viejo túnel de entrada, iniciado por el
gobierno de Primo de Rivera y finalizado en la posguerra, y hoy ya en desuso.
Antes nos habíamos visto detenidos momentáneamente por un
derrumbe en la carretera y oí a un pasajero llamarlo argayu, palabra que, tras
mi asombro como asturiano, me explicó que era aranesa. Y es que aquel viaje me
llevaba al valle de Arán, expresión que no es más que una reiteración pues
valle en aranés se dice arán. Un valle español abierto hacia Francia,
perteneciente a Aragón en la Edad Media y más tarde, mediante pacto, a la
jurisdicción de la Generalidad, y que se rige actualmente por un régimen
especial dentro de Cataluña.
Lo he visitado muchas veces después; y lo he divisado también
desde distintos lugares; Colomers, Besiberris, el Aneto; en todas las
estaciones, y siempre devuelve una imagen de tranquilidad y sosiego que choca
con el ajetreo de la temporada invernal en la que se llena de visitantes.
Parece, desde la altura de los picos que lo rodean, como si se hubiese parado
en los tiempos que la familia Portolá ponía a su vástago principal de
gobernador en California.
El valle, cabecera del francés rio Garona, enlaza por la
Artiga de Lin con el aragonés valle de Benasque, y por el puerto de la Bonaigua
con el catalán Pallars Sobirá. Es desde hace tiempo una de las metas turísticas
de nuestro país, tanto en invierno como en verano, paraíso de los deportes de
montaña, aprovecha su legal independencia administrativa para desarrollar un
sistema educativo que tiene como principal divisa el multilingüismo. Desde los
primero años se enseñan los tres idiomas oficiales, el tradicional aranés –una variante del viejo
gascón occitano-, el español y el catalán, siendo esta la lengua materna menos
hablada. Más tarde los alumnos deberán estudiar obligatoriamente dos lenguas
extranjeras. Y les va bien, muy bien.
Los resultados parecen mostrar que el sistema es más eficaz
que el imperante en otras partes de España, especialmente en Cataluña, donde el
modelo de inmersión en Catalán, aparte de las tensiones legales y sociales que
produce, no alcanza a lograr buenos resultados en castellano, y ni siquiera en
catalán, cuyo uso y dominio decrece.
En el valle parecen tener claro que las lenguas son una
riqueza cultural, y por su medio también económica. Son conscientes de que su
economía no vendrá de la mano de los subsidios sino del trabajo de sus
habitantes y el aprecio de sus visitantes. Orgullosos de su historia promueven
el aranés a la par que las otras lenguas sabiendo que eso desarrollará la
agilidad mental de sus infantes y los protegerá, según señalan muchos estudios,
de enfermedades neurodegenerativas cuando adultos, y, sobre todo, los preparará
para hacer frente a un futuro siempre incierto.
Es el valle de Arán, quizás, por sus destrezas lingüistas, un
enclave único en la cosmopolita Europa, y un ejemplo.
Raúl Suevos
A 13 de diciembre de 2021
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
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