Entre Pablo Motos y Van Gogh
Es el pueblo de Quinto, a
25 minutos de Zaragoza, uno de esos pocos lugares que, a tenor de las
cifras de población, consigue a duras penas mantenerse vivo. Su economía se
basa en la agricultura, con una rica vega del Ebro y en la zona alta de las
planas unos terrenos cerealísticos que, pese al pedregal que siempre los ha
caracterizado, hoy rinden más que nunca gracias a la mecanización y al riego.
Pese a todo nos cuentan que no hay relevo generacional y que los jóvenes no
quieren hoy hablar de coger el tractor.
También coopera a la riqueza de la villa la minería de
alabastro, de secular tradición y a la que le falta una industria
transformadora que evite, al menos parcialmente, que el grueso de la producción
se vaya a la exportación, y con ello las plusvalías y los puestos de trabajo
que podrían permanecer en el territorio. Ye lo que hay.
Volvemos a visitar el pueblo de la mano de un buen amigo,
Pepe, y de Antonio, agricultor e investigador aficionado de la historia, que,
después de un contundente almuerzo, nos llevan a la iglesia, hace tiempo
desacralizada, de la Asunción, donde, durante unos trabajos de consolidación y
adecuación para usos culturales, comenzaron a aparecer enterramientos bajo el
suelo, en número de 900, y entre ellos, en una zona específica de particulares
condiciones geológicas, un cierto número de cadáveres que habían experimentado
una increíble momificación natural, con la P61, de rostro entre Pablo Motos y
Van Gogh, como estrella entre las expuestas. El resultado de todo ello es hoy
un magnífico museo que atrae una gran cantidad de visitantes, contribuyendo así
a la dinamización económica del lugar. Merece la pena su visita, sin duda.
Además de las momias, el lugar incrementa su
interés por ser centro de la batalla de Quinto, a finales de agosto del 37, con
participación de las brigadas internacionales, especialmente la Lincoln,
formada por norteamericanos y canadienses, que se batieron en la zona del
cementerio y contra esta iglesia, a la que consiguieron rendir y desalojar
mediante intenso cañoneo y, finalmente, aplicándole el fuego a los últimos
defensores. Para la crónica negra queda el fusilamiento de muchos defensores de
la posición tras haberse rendido.
Acabamos acercándonos a la loma del Purburel, al este del
pueblo y dominante sobre el mismo, donde los defensores aguantaron más de dos
días la fuerte embestida diseñada por el general Rojo, echada a perder por sus voluntariosos pero ineptos generales permitiendo a los nacionales recomponerse y contraatacar, sin
que Zaragoza cayese, como estaba previsto. Allí, en la potente loma, los Fondos
de promoción de empleo han permitido la recuperación de las antiguas trincheras
y posiciones, dando la posibilidad de recrear lo sucedido en aquellos días
aciagos; y uno puede hacerse idea de la dureza de los combates entre los
defensores y los internacionalistas balcánicos del batallón Dimitrov, apoyados por potentísimos
bombardeos aéreos y fuego artillero.
La visita combinada es una maravilla que no requiere de
conocimientos previos para disfrutarla, y uno puede imaginar la repercusión
cultural y económica que un centro de interpretación podría dar a este pueblo cargado de historia.
Raúl Suevos
A 22 de febrero de 2023
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