Arte contemporáneo en Milán

 

El auge de la aviación, y más concretamente de los conocidos como vuelos baratos, que al final no lo son tanto, hace que la temporada turística dure doce meses, al menos en aquellas plazas con suficiente tirón, como es el caso de Milán, la antigua Mediolanun de los longobardos, y capital mundial del diseño desde hace ya bastantes años.

Em Milán, en un día normal, casi todo gira en torno al Duomo, la magnífica catedral gótica de la ciudad. Siempre hay colas para entrar en ella o subir a sus tejados, y la plaza, dominada por la aguerrida figura de Víctor Manuel de Saboya, jinete en su broncineo corcel, está casi siempre atestada de personal.
 En uno de los laterales se abren las espléndidas galerías, bautizadas a gloria del regio jinete, y que, en ocasiones, de tan concurridas, se convierten en terreno fértil para carteristas. Ye lo que hay.
Al fondo, el pasacalles se abre a la plaza de la Scala, el famosísimo teatro de la ópera de Milán, de cuya fachada existe copia idéntica en el gobierno militar de Barcelona. Tras la plaza, doblando la esquina del teatro y siguiendo la vía de Giuseppe Verdi, los grupos de turistas se afanan en dirección de la pinacoteca de Brera, uno de los objetivos señalados en todas las guías turísticas, pasando sin apenas detenerse ante las atractivas  tiendas de todo tipo que se alinean a lo largo de las aceras.

En la plaza del Duomo, sin embargo, aún quedan elementos de interés, como el Palazzo Reale, donde han abierto, con muchísima publicidad que ha generado la correspondiente expectación, una muestra de las instalaciones, desafíos, performances, denle el nombre que quieran, que el argentino Leandro Erlich ha ido montando desde hace años en diversas partes del mundo.
¿De qué se trata? Pues de jugar con lo aparente, y va de sí lo de jugar ya que en la mayoría de los casos son los juegos de espejos los que nos llevan a ver lo que no es, o a percibir lo inexistente. Huecos de ascensor infinitos, patios de vecinos que sólo son paredes, ventanillas de avión imaginarias, peluquerías o probadores infinitos, y quizás el más provocador, ya en el exterior, la fachada de un edificio apoyada en el suelo que nos permite imaginar que desafiamos la gravedad. Todo apariencia.

Reconociendo el valor de la imaginación del provocador autor, algo que atestigua el pago no menor de la entrada, debo decir que no fue enorme la impresión que me produjo; quizás somera o ligera le cuadre más como calificativo. Y ello viene del uso que los magos modernos hacen del juego de espejos para sus “hazañas”, como bien explica de cuando en cuando el mago “residente” del programa el Hormiguero.
 Erlich, con la proverbial capacidad que los argentinos tienen para la autopromoción, logra atraer allá por donde pasa la atención de los medios, lo que, en cierto modo, lo convierte en un mago del arte moderno, o lo que a veces es lo mismo, en un vendedor de humo.
Raúl Suevos
A 11 de mayo de 2023

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