No hay costaleros en el Vaticano
Está estos días el mundo con la atención puesta en el Vaticano, y no es para menos, pues el Papa, el ocupante de la silla de San Pedro, ha exhalado su último suspiro, lo que conlleva una serie de rituales, primero para su entierro, y después para la elección de su sustituto. Ceremonial que mantiene al orbe entero, no sólo a los mil quinientos millones de fieles de la Iglesia Católica, pendientes de lo que sucede en Roma.
El asunto no es para menos ya que se trata de una institución con dos mil años de historia. No hay otra igual. Y si bien desde que los Bersaglieri de los Saboya asaltaron Porta Pía, el 20 de septiembre de 1870, su poder terrenal desapareció, continúa manteniendo una inmensa capacidad de actuar mediante lo que ahora se conoce como “Soft Power”, en mi opinión aún mayor que el de las propias Naciones Unidas. Ye lo que hay.
Desaparecidos los kremlinologos, los supuestos expertos en lo que sucedía tras los muros del Kremlin en tiempos soviéticos, ya que ahora con Vladimir Putin, y sin Politburo que limite sus poderes, sólo los psiquiatras se atreven a opinar, esta situación sobrevenida en Roma viene muy bien para los grandes y pequeños comunicadores del mundo entero, particularmente los españoles, que se han apresurado a viajar a la ciudad de los césares, y alguno de ellos, los más precavidos, se han hecho acompañar de algún vaticanista, tan ducho y experto como aquellos kremlinologos de antaño. Ellos nos describen el detalle del ritual de las exequias y nos calentarán la cabeza con sus elucubraciones sobre el resultado del Cónclave, olvidando que es cosa del Espíritu Santo, y ese no se deja manipular.
A mí todo esto me viene grande, por mi ignorancia en la materia, y por ello trato de fijarme en los pequeños detalles, como esos sediarios, de sedia, que es como llaman a la silla allí, y que es un cuerpo de funcionarios que antes se encargaba de llevar en alzas en su silla a los Papas, y que, desde hace años y con la llegada del Papamovil, casi se quedan en el paro, reservándose para ocasiones como esta, la defunción del titular, cuyo féretro se encargan de portar.
Eran, son, catorce los que lo llevan, y parecía que el ataúd fuese de plomo, por su expresión, particularmente la de uno de ellos, que resoplaba y se retorcía como si el listón le estuviese partiendo el hombro, y es que, a diferencia de los costaleros españoles, estos no parecen haber ensayado tan importante actividad, por eso quizás lo suyo sería disolverlos y traerlos de España, llegado el caso.
Raúl Suevos
A 25 de abril de 2025
Traducción en llingua asturiana en abellugunelcamin.blogspot.com
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