Ucrania ¿Farol o catástrofe mayor?
Tras la caída de Napoleón Bonaparte se instauró, para evitar
males mayores en Europa y bajo la inspiración del príncipe de Metternich, lo
que se llamó el sistema de “equilibrio de poderes”, que funcionó bastante bien
hasta que las veleidades de Napoleón III lo echaron a perder, lo que le
costaría el trono y la Alsacia. Después sería el príncipe Bismarck el encargado
de mantener un nuevo sistema de equilibrios que mantuvo más o menos en paz a
las potencias, entre las que los EEUU aún no pintaban nada.
Sería el crecimiento imparable de la Alemania unificada por
Bismarck, ya desparecido, y la desgraciada dirección del Kaiser Guillermo II,
lo que, con la ayuda de un nuevo sistema de pactos y alianzas rígido en exceso,
daría lugar a la terrible Gran Guerra. Tras ella los Pactos de Versalles
sembrarían la simiente de la Segunda Guerra Mundial, que abocaría a un sistema
bipolar amortiguado por unas NNUU sólo un poco más eficiente que la Sociedad de
Naciones del presidente Wilson. Hoy de nuevo el equilibrio parece estar pasando
por malos momentos.
La desaparición de la URSS haría pensar a algunos que el “fin
de la historia” había llegado, olvidando que todo es pasajero y que Deng
Xiaoping ya había empezado a construir el nuevo imperio chino. Hoy todo es más
inestable y la Rusia de Putín bracea por no perder su estatus de gran potencia,
aunque sea a costa de convertirse en el chico malo del barrio. Hoy le toca a Ucrania
sufrir los empujones de este grandullón.
Moscú, desde antes de la llegada de los Romanov al trono de
los zares, ha buscado y mantenido dos claras estrategias: Una doble zona
colchón, en el lejano este y en Europa central; y la salida al mar, por el
Báltico y por el Mar Negro; pronto también por la ruta ártica gracias al Cambio
climático. Hoy, con el avance de la OTAN hacia el este, y antes con la pérdida
de la Sebastopol del príncipe Potemkin, se ve amenazada, y trata de reaccionar.
Ucrania fue una sorpresa para Putin. La revuelta popular de
2013 provocó un cataclismo político en el país y su alejamiento de la órbita
rusa; ahí, en parte, se encuentra la razón de su “reocupación” de Crimea y los
orquestados levantamientos independentistas en las regiones del Dombás. Hoy el
mundo, incluyendo una inoperante Unión Europea, está pendiente de los 100.000
soldados desplegados al otro lado de la frontera ucraniana con los que el
presidente ruso pretende imponer un ultimátum, como aquellos de antes de la Primera
Guerra mundial, y se pregunta qué va a pasar.
Occidente, o lo que es lo mismo, los EEUU, no puede ceder al
chantaje ruso de carácter hitleriano, y por otro lado, después de un envite tan
fuerte, algo tiene que hacer Putin. Los movimientos en la Duma rusa para
reconocer el Dombás como estado independiente parecen indicar por dónde irán
los tiros, puesto que el combate, pese a lo impresionante del despliegue ruso,
no asegura el éxito, pues los ucranianos no son los mismos de hace ocho años,
ni en medios militares, con grandes inversiones últimamente, ni en
adiestramiento de sus hombres y unidades, que cuentan con la moral que da defender
la patria, no como los conscriptos rusos, enviados a morir por una causa que no
es la suya.
La crisis de los misiles en Cuba se saldó con la retirada de
los Júpiter norteamericanos de Turquía; hoy, aparentemente, no hay piezas
disponibles para transaccionar pero la semana de margen que Blinken y Lavrov se
han dado podría servir para encontrar algo. ¿Un reconocimiento de la nueva
situación de Crimea quizás? Nunca se sabe en esto de la diplomacia.
Raúl Suevos
A 22 de enero de 2022
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
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