El geriatrico penitenciario del Caribe
En los años cincuenta del pasado siglo se puso de moda en los
Estados Unidos, y aún perdura, la emigración de los jubilados de los estados
norteños, siempre acosados por los fríos inviernos, hacia el soleado estado de
Florida, donde les esperaba un nuevo concepto residencial específicamente
diseñado para personas mayores. Urbanizaciones con pequeños chalés en las que
contaban con entretenimientos adaptados a su edad, y, lo que es más importante,
servicios médicos preparados para hacer frente a las contingencias más
frecuentes.
Hoy Florida sigue siendo la meca para muchos jubilados
yanquis, que venden sus propiedades y se instalan en el “estado del sol”, que
es como se la conoce. Allí se encuentran con la colonia hispana más grande del
mundo, pues tras el triunfo de la revolución castrista en Cuba fueron
muchísimos los cubanos que llegaron a lo que ya era desde el siglo XIX un
pequeño emporio de la industria tabaquera gestionada por isleños. Es tanto el
peso de lo cubano que ellos presumen de ser los auténticos creadores de la exitosa
Miami.
En los últimos años el flujo de cubanos no se ha detenido, y
se ha visto reforzado por la llegada, sobre todo, de venezolanos huyendo de la
represión chavista; o colombianos buscando tierras menos peligrosas que las de
su nación. Hoy la hispanidad es la cultura preponderante en la península, por
encima de los campos de golf llenos de jubilados, con Trump a la cabeza, o los
miles de familias que llegan buscando unas vacaciones de parque temático en los
condados del norte.
La autoridades de Inmigración yanqui ha sacado las cifras de
los últimos 12 meses y en ellas vemos que 230 mil cubanos han llegado a los EEUU,
principalmente por la frontera mejicana, donde cuentan con un especial estatus
que les otorga de manera inmediata la tarjeta de residencia temporal. En esos
miles no se cuentan los muchos balseros detenidos por la Guardia costera antes
de tocar tierra lo que les lleva a ser repatriados inmediatamente. Tampoco los
que arriban a las playas de las Bermudas, o, desde el Yucatán hacia el oeste en
cualquiera de los países ribereños; ni mucho menos a los que, simplemente, son
tragados por el Mar Caribe. Quedan por cuantificar, en ese censo del escape,
los que consiguen visado y billete de avión para cualquier parte del mundo.
Todo les vale con tal de abandonar la isla.
Es fácil pensar que cada año más de 300 mil cubanos dejan la
isla, que ya hace mucho tiempo que no computa los 11 millones oficiales. Son
gente joven, animosa y valiente, que, en el mejor de los casos, sostienen la
supervivencia del régimen con las remesas económicas que envían cada mes a
casa. Una casa llena de ancianos, impedidos por edad y recursos para aventurarse
en un autoexilio lleno de incógnitas, sin la alegría de niños en el entorno
pues tienen la tasa de natalidad más baja de América. ¿Para qué traer hijos a
ese mundo?
¿Qué nos queda entonces? Una isla llena de viejos, sin apenas
asistencia social y vigilados por los secuaces del régimen, disfrazados de policías
o CDR,s, y en compañía de los médicos y enfermeras a los que no se permite
emigrar pues serán alquilados, bajo el control contractual del gobierno cubano,
a diversos países a lo largo y ancho del mundo. Una isla en la que los “morenos”
ven como, al no tener acceso a la nacionalidad española mediante la ley de
Memoria, ahora democrática, cuentan con menos recursos y oportunidades para
escapar, quedando “condenados” a entrar en los cuerpos policiales del régimen,
y similares, o cualquier otro medio de subsistencia que puedan encontrar en la
Perla del Caribe. Ye lo que hay.
Raúl Suevos
A 28 de octubre de 2022
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