Milán en invierno (III)

 

En la antigua oposición de ingreso a la Academia General Militar de Zaragoza, antiquísima, los opositores entrábamos diariamente por el imponente paseo arbolado que va a acabar en la parte trasera del patio de armas, con el mástil y la bandera, y, hacia el paseo transversal, escenario de los desfiles de la vieja casa, con la majestuosa estatua ecuestre del general Franco, fundador de la institución, y retirada ya hace unos cuantos años.

La tradición no escrita decía que traía mal fario mirar los genitales del gigantesco animal, y, para mi desgracia, o quizás posterior justificación, el primer año no pude evitar echarle una fugaz ojeada, con los efectos posteriores que la superstición marcaba. El caso es que, desde entonces mantengo una extraña relación con esa parte anatómica de los broncíneos corceles. Qué se le va a hacer, ye lo que hay.

Tras el paseo por las Galerías, no quedó otra que volver al espacio abierto, esta vez con un pálido sol y en la bellísima plaza del Duomo, enfrente de cuya fachada se encuentra el monumento a Vittorio Emanuele II, y no pude evitar echar una ojeada. Y, oigan, no hay color, pese al aire guerrero y combativo con qué el escultor plasmó el momento del rey y su animal, posiblemente pensando en el fragor del combate en San Martino de la Battaglia, en su vista de retaguardia exponía una casi carencia de atributos; nada comparable a los del de nuestro damnatio General, ni mucho menos con los famosísimos de la cabalgadura del general Espartero en Logroño. Pero el conjunto, aún así, es hermoso.

El horario, desde allí, sólo nos permitió ya dar un paseo hasta el cercano Palazzo Sforzesco, imponente fortaleza palacio construida por los Visconti y embellecida por los Sforza, sobre todo por Ludovico il Moro, que trajo, entre otros, a Leonardo da Vinci, para trabajar los frescos de algunas salas. Antes, en una plaza, acosado por los tranvías, encontramos a Garibaldi, también a caballo pero en posición estática, y a quien, conociendo los atributos del personaje, “el héroe de ambos mundos”, evito la afrenta de investigar su jaco.

Cruzamos el complejo palaciego para ver la Puerta de la Paz y el Parque Sempione, antigua Plaza de Armas, por donde entraron en la ciudad Vittorio Emanuele y Napoleón III tras la victoria de Magenta, para dar media vuelta y a paso rápido tratar de llegar en tiempo a donde hemos reservado para homenajearnos nosotros mismos.

El Nerino Dieci es una trattoria que se encuentra donde su propio nombre indica, muy apreciada, hay que reservar siempre, y sólo diré que el gnocco frito al carbón vegetal, con lardo de pata negra, miel a la trufa y nueces tostadas estaba exuberante.

Seguirá.

Raúl Suevos

A 26 de enero de 2023

Traducción en bable en abellugunelcamin.blogspot.com

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