Me faltan los de la ceja
Son días convulsos los que se suceden en España, en casi toda.
Son días agitados porque el discurrir político ha echado a la calle a los
inhabituales, a la “buena gente”, a la mayoría silenciosa que dicen algunos, a
los que, generalmente, entienden su actividad política sólo como el ejercicio
periódico de su derecho de sufragio activo, es decir, el voto; y aún así, en
muchos casos, por correo, que los colegios electorales a veces son muy
agobiantes.
Ese personal no es muy dado a manifestarse. Lo hacen sólo en
las grandes ocasiones, como con los asesinatos de ETA, en los que todos nos
reuníamos en la calle, sin distinción de credos políticos, porque la sangre
vertida era la de todos. También tras el intento de golpe de estado del 81,
todos a una, como Fuenteovejuna. Después la calle siempre tuvo un color.
Lo vimos con el Nunca mais, la convenientemente dirigida
reacción popular a un vertido petrolífero, que la progresista izquierda uso
como caballo de troya para erosionar la imagen de un partido popular entonces
en su mejor periodo. Una marea negra que echó a la izquierda a la calle, su
calle, para manchar de chapapote la imagen de un Aznar que aún no había puesto
los pies sobre la mesa de las Azores.
Para el recuerdo queda la unánime respuesta a los atentados
de Atocha pero que un avispado Rubalcaba, Richelieu de todas las conjuras,
metabolizó con aquello de que “España no merece un gobierno que le mienta”, que
daría paso, tres días después, al gobernante del talante, el ínclito Zapatero.
El leonés, con un gobierno rompedor en muchos aspectos, logró
abrir la herida que la Transición logrará cerrar, y con él llegó la
polarización y el desencuentro entre españoles, de nuevo, con un Rubalcaba en
pleno apogeo que, desde el ministerio del interior, controlaba a unos y a
otros. Entre esos otros a los intelectuales de la subvención, quienes en un
alarde de creatividad montaron la campaña de la ceja en apoyo a Zapatero para
su segunda campaña, aquella que negaba la ominosa llegada de la crisis mundial
y que no es necesario recordar cómo acabó.
Había de todo en ese grupo, aunque su rasgo más común eran
las subvenciones, y su paroxismo se alcanzaba en las anuales galas del cine,
con Almodovar de heraldo trágico acusando de golpistas a la oposición, y Ana
Belen y sus mariachis como acomodadores. Galas interminables y tediosas pese a
los chistes envenenados.
Hoy parecen desaparecidos. La situación actual no parece
excitar sus meninges creadoras, y cabe también preguntarse dónde estaría hoy
Rubalcaba, ¿Con cuál de los hermanos García-Page? ¿Con Nicolás Redondo o con
Felipe González? Ye lo que hay.
Raúl Suevos
A 19 de noviembre de 2023
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