Revisitando Solferino
Es Solferino el nombre de un “piccolo paesino”, un pequeño pueblo, de la provincia de
Mantova, dentro de la importantísima región de la Lombardía, muy cercano al famoso
lago de Garda. Pero más allá de esa breve descripción, corresponde también al nombre
de una importante batalla de la segunda guerra de independencia italiana, o del
Risorgimento.
A algunos lectores quizás les suene en combinación con otro nombre Magenta, y es
que ambas fueron las batallas decisivas de esa fase de la liberación de Italia,
particularmente de la zona norte que en aquella época, 1848, se encontraba bajo
dominio austríaco bajo el nombre de reino Lombardo-Veneto.
Parece, pues, que nos embarcamos en una zona histórica sin aparente importancia o
repercusión para nuestros intereses, puesto que lo único que podía ligarnos a la Italia
de entonces era la monarquía borbónica del reino de las Dos Sicilias, con su capital
napolitana. Y lo cierto es que son otros los motivos para revisitar las colinas de
Solferino. Tratemos de explicarlo.
Comencemos un brevísimo repaso a las circunstancias del momento y empezamos por
el Congreso de Viena de 1815 que da salida diplomática a las guerras napoleónicas de
la mano del canciller de Austria, príncipe de Meternich, con una vuelta al sistema de
gobierno de alianzas, equilibrios y monarquías absolutistas en la mayor parte de
Europa; tanto que hasta se crea un nuevo estado tapón, Bélgica, que aún hoy sigue
ejerciendo como muñidor de equilibrios, aunque ahora lo haga como sede de las
instituciones europeas, que sirven indirectamente para sustentar la existencia de ese
invento del equilibrio de poderes.
En el norte de Italia tenemos básicamente dos estados; de un lado la monarquía del
Reino de Cerdeña, o Piamonte, de la familia Saboya y con capital en Turín, y que aún
entonces cuenta como parte integrante con las hoy francesas Saboya y Niza; y en la
zona oriental con el conocido como Reino Lombardo-Veneto, del cual es cabeza el
emperador austríaco y que, aunque tiene a un virrey de la familia ocupando el trono,
contará para su gobernación en el momento álgido con el mariscal Radesky, cuyo
comportamiento al frente de las fuerzas austríacas le valdrá para que Johan Strauss le
componga una marcha que la mayoría conocerá por el famoso concierto de Año
nuevo.
El “veneno” nacionalista había sido sembrado por la ocupación francesa a cargo de
Napoleón Bonaparte que inculcará, como sucediera en otras partes de Europa, baste
recordar a nuestros “afrancesados”, las nuevas ideas que había generado la Revoluión
francesa y que, en los distintos reinos italianos, encontraron un ferviente caldo de
cultivo en las clases de jóvenes ilustrados, que acabarían en muchos casos sufriendo el
exilio, primeramente por la propia dominación francesa, y después por el
“establishment” salido del Congreso de Viena.
Cabe apuntar aquí que la instrumentación de Bonaparte en el norte de Italia se inició
en 1796, con la Campaña de Italia, aún bajo gobierno republicano jacobino, a través de
la Repubblica Cispadana, con el Tricolore, actual bandera de Italia, ondeando por vez
primera, para seguir haciéndolo como Repubblica Cisalpina, y después como Reino de
Italia, a medida que se incrementaba el ámbito territorial hasta llegar a la derrota final
y el Congreso de Viena.
Para lo que nos ocupa, apuntar someramente que en 1848, año revolucionario en París
que le costaría el trono a Luis Felipe, y también en España, donde un eficaz general
Narváez reaccionó con rapidez y radicalidad para ahogar los intentos de alzamiento,
que los hubo, en el valle del Po, el rey Carlos Alberto de Saboya declara la guerra a
Austria y parece llevar la mejor parte pero la reacción del ya citado Radesky, y como en
otras ocasiones la espantada del Papa y de otros aliados, acabaría con la derrota
piamontesa y la negociación de un armisticio. Los austríacos seguían en Italia.
El primer efecto para el reino de Cerdeña fue la abdicación de su rey Carlos Alberto a
favor de su hijo Víctor Manuel II, gran artífice, junto a Giuseppe Garibaldi, de la
unificación italiana y que, como primera y necesaria medida para salir del marasmo
económico en que se encontraba el reino, nombra a Camilo Benso di Cavour, para
dirigir el gobierno. Este será el hombre providencial capaz de enhebrar todos los hilos
necesarios para conseguir el gran objetivo.
A nivel mundial el 58 entraba con la guerra de Crimea, en la que habían participado
nuestros protagonistas contra Rusia, liquidada diplomáticamente en el Congreso de
París dos años antes, de donde había salido un Napoleón III muy crecidito, tras haberse
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cargado el sistema de equilibrios de Viena, aunque sin beneficios claros para su país, y
dispuesto a seguir buscando líos; algo a lo que Cavour supo reaccionar proponiéndole
un acuerdo defensivo secreto contra Austria que daría a Cerdeña, en caso de victoria,
la Lombardía y el Véneto, y a Francia la Saboya y Niza.
EL ESPACIO FÍSICO Y LAS OPERACIONES
El territorio sobre el que se van a desarrollar las operaciones tiene unas características
muy particulares. Al norte tenemos el arco alpino que enmarca una inmensa llanura
que es recorrida por el rio Po, el más importante de Italia. Desde el arco alpino
descienden hacia esa llanura una serie de enormes cordales de alturas enormes que
inician en los grandes picos como el Monte Rosa con sus 4634 metros, o el Mont Blanc
con sus 4807 metros. Y todo ello salpicado de ciudades grandes como Milán, medianas
como Alessandria, o pequeños pueblos como Novara, Magenta o Solferino.
Esos gigantescos cordales desciende en dirección norte-sur, definiendo valles glaciares
que en algunos casos darán lugar a enormes depresiones que conformarán los actuales
grandes lagos italianos, siendo el de mayor dimensión el de Garda, seguido del Mayor
y el de Como, aunque existen algunos más. Sus desaguaderos darán lugar a ríos de
mediana talla que también discurren hacia el sur, buscando al Po, madre de todos
ellos, pero, para las operaciones que nos ocupan, estos ríos irán definiendo las
sucesivas líneas sobre las que se apoyarán los contendientes para sus operaciones.
Tras el vodevil de convocatorias de conferencias fallidas, movilizaciones de ejércitos,
ultimátum de una parte, rechazos de otra, y, sobre todo, fallos de cálculo austríacos
respecto a una Prusia agazapada, y esperando bajo la dirección del canciller Bismark
un traspiés de los Augsburgo, para abril del 59 los austríacos atravesaron el rio Ticino,
lo que equivalía a la declaración de guerra e inicio de las hostilidades con Francia y
Cerdeña.
La situación parecía favorable a los austríacos, ya casi desplegados sobre el terreno
italiano, mientras que los franceses aún tenían que llegar a la zona de operaciones, y
los piamonteses, entre los cuales desplegaba una brigada de Cazadores alpinos al
mando del mítico Garibaldi, no contaban con fuerza suficiente para resistir un fuerte
impulso enemigo, pero el comandante austríaco decidió tomárselo con calma para dar
tiempo a desplegar todo su dispositivo, lo que sería crucial para permitir a Napoleón III
y sus divisiones desplegar oportunamente.
El 20 de mayo tuvo lugar el primer encuentro en Montebello, que después llevaría el
apellido “de la batalla”, un pueblecito sobre la línea de Alessandría a Milán, cerca de la
mítica Pavía, con clara victoria de las armas francosardas. Para final de mes los aliados
han avanzado hacia Milán, cruzando el rio Sesia, chocando con los austríacos en
Palestro, con victoria para aquellos y serias pérdidas para ambos, significándose
especialmente la infantería de los zuavos franceses y los infatigables bersaglieri,
mientras los cazadores de Garibaldi se infiltraban, tras atravesar el Ticino, en la
montaña lombarda bloqueando tras ellos a una entera división austriaca.
Con tal situación el mando vienés decide retrasar las líneas tras el famoso
Ticino/Tesino; más allá de Novara, desplegando 115.000 hombres que se apoyan en la
línea de colinas y que pasa por el pueblo de Magenta y también tras el Naviglio grande,
uno de los canales que hoy representan una de las zonas de copas más visitadas de la
ciudad de Milán. Era el 4 de junio y la batalla, tras el paso del Ticino por los aliados,
está para comenzar.
La fortuna, no siempre sucede, acompañó a los más necesitados, los aliados, que
atacaban sobre el terreno elegido por sus adversarios, más protegidos teóricamente, y,
el retraso sobre el horario previsto del mariscal Mac Mahon que mandaba el ala
derecha/este, llevó a los austríacos, confiados, a adelantar sus líneas en el fragor de la
batalla, para en el momento álgido caer sobre el flanco austríaco, cogido de espaldas, y
obligando a la una y media de la madrugada, tras más de doce horas de combates y
tras la caída del pueblo de Magenta, a ordenar la retirada a una línea más allá del rio
Lambro, al este de Milán y hoy casi desapercibido entre la red de autopistas que la
rodean, lo que dejaba la ciudad a disposición de Víctor Manuel y Napoleón, que harían
la entrada triunfal el día 8 por el Arco de la paz y la Plaza de armas que hoy acoge el
Parque Sempione, barrio de los más prestigiosos de la ciudad.
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En la siguiente fase las alas más extremas del despliegue aliado la llevaban los
cazadores alpinos de Garibaldi, operando al sur de los grandes lagos sobre las primeras
estribaciones alpinas, y por el este la marina aliada que en el Adriático ocuparan las
islas de Lussino y Cherso, al sur de la península de Istria, hoy territorio croata, y muy
cerca de Rijeka, por aquel entonces Fiume, protagonista en 1919 de una romántica
ocupación a cargo de Gabrielle d’Anunzzio. En todo caso, el mando austriaco llegó a
temer un desembarco aliado en Venezia, reteniendo parte de sus fuerzas.
Sea lo que fuere, tras otros encuentros menores, siempre negativos para las armas de
Austria, llevarían a la decisión de retirarse primero tras el rio Chiese, más tarde tras el
Mincio, y finalmente tras el rio Ádige, es decir, la ruta que lleva hoy, y entonces
también, hacia el paso del Brennero y la ciudad de Innsbruck; y el cambio del mando
supremo austríaco, el mariscal Ferenc Gyulay, que es enviado para casa, para dejar
paso al propio emperador Francisco José en persona.
BATALLA DE SOLFERINO
Llegamos ahora a la batalla que da nombre al artículo y que, como veremos más
adelante, cobrará una importancia de carácter mundial, y a la vez intemporal, debido a
un hecho fortuito y ajeno al desarrollo mismo de las operaciones. Éstas, después de la
entrada en Milán, había visto como los austríacos se retiraban en busca de una línea
de fortaleza tras el Ádige, pero el avance subsiguiente aliado no pareció progresar con
la velocidad esperada de modo que, los austrohúngaros, deciden desandar el espacio
perdido para tratar de encontrar a los aliados mientras aún no están suficientemente
coordinados.
Napoleón III ordena atacar a la Guardia Imperial
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El encuentro posicional se va a producir sobre una línea de casi treinta kilómetros que
se apoya en Sirmione del Garda, sigue por San Martino, “della battaglia” tras el
acontecimiento, busca el pequeño pueblo y Rocca de Solferino, con refuerzo en
Cavriana, continúa hacia Medole y finaliza en Castel Goffredo. Es una gran batalla con
al menos 65.000 combatientes por bando, y aunque la línea de mínimas alturas de San
Martino y Solferino parecen dar ventaja a los austríacos, esta realidad se compensa
por la mayor facilidad de los aliados para coordinar la línea de batalla en el llano y el
cordal de pequeñas alturas que pasando por Castiglione delle Stiviere alcanza la Rocca
de Solferino.
Para el día 24 de junio de 1859 el despliegue de las fuerzas en campo está cumplido.
Los piamonteses y su rey chocarán bien pronto, y casi inopinadamente, contra San
Martino, con las dos divisiones presentes de las cinco disponibles, donde encontrarán
fortísima resistencia que les lleva a retroceder en algún punto, dejando Solferino y
Medole para el emperador francés y sus hombres, organizados en cuatro Cuerpos de
ejército y la Guardia Imperial como reserva, motivo por el que algunas fuentes hablan
de tres batallas, definidas por las tres pequeñas poblaciones y colinas sobre las que
giraron los combates.
Frente a ellos los austriacos se organizaban con dos Ejércitos delante y un Cuerpo de
ejército de reserva. En todo caso, como ya señalamos, las fuerzas totales por bando,
independientemente de la organización eran muy similares, aunque del lado aliado
podríamos aducir de entrada una mayor homogeneidad en cuanto a los orígenes de
los hombres que componían las unidades, y, sobre todo, una mayor voluntad de
vencer ya que, en el lado italiano, los voluntarios llegados de todas las regiones del
país nutrían no sólo los cazadores de montaña de Garibaldi sino todas las unidades.
Esto daría un plus muy significativo llegado el fragor de la batalla.
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Di
Gayet de Cesena, Amédée (1810-1889)
La línea de acción austríaca era bastante simple, aguantar en el norte y centro, es
decir, en San Martino y Solferino, para, en su momento, envolver a los aliados por el
sur con esta ala reforzada por las reservas, pero, cuando pretendieron hacerlo, tras
horas de batalla y carnicería en las colinas, fueron masacrados por la artillería francesa
en la zona de campos abiertos entre Solferino y Medole. Un momento de duda que
daría a Napoleón III, más cercano al frente de batalla 1 que su adversario Francisco José,
la posibilidad de reaccionar con prontitud y enviar, antes de las dos de la tarde, a la
Guardia Imperial contra Solferino, lo que haría caer la línea austriaca y con ello la
victoria en la batalla, que aún continuaría hasta las seis de la tarde en algunas zonas,
ya con los austríacos en retirada.
La victoria aliada tuvo un coste de varios miles de muertos y muchos más heridos, cifra
que se doblaría por el lado austríaco, dejando a Solferino como la batalla más
sangrienta de todo el Risorgimento italiano, si bien esta parte, la del sufrimiento de los
combatientes, tendría unos efectos perdurables y beneficiosos de la mano de un
fortuito observador, del que trataremos en profundidad más adelante.
El emperador francés, que además de victorioso había acabado en una grave crisis
nerviosa, dio de nuevo muestras de no saber aprovechar el éxito de sus acciones,
generalmente por falta de objetivos claros, y así, un par de días después, tomó la
iniciativa de alcanzar un acuerdo con los austríacos que dejaba el Véneto en las manos
de estos, para desesperación y enfado de los piamonteses, llevando a Cavour a dimitir,
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aunque, todo hay que decirlo, para volver un año más tarde y dirigir la unificación
definitiva de Italia que llegará en 1866 con la recuperación de Venecia.
HENRY DUNANT Y LA CRUZ ROJA
Solferino tiene profundas connotaciones en el ánimo de los italianos, y no es para
menos, allí se jugó el destino de la unificación de Italia. Pero para el resto del mundo
tiene también unas indudables repercusiones porque inmediatamente después de la
batalla, horas, por allí acertó a pasar un viajero suizo que, al parecer, buscaba un
encuentro con el emperador francés por asunto de negocios 2 , y, conmovido por las
espantosas escenas que allí alcanzó a contemplar, decidió dejar de lado sus intereses
para ponerse a ayudar y coordinar a las mujeres de Castiglione delle Stiviere que,
espantadas, se habían puesto a socorrer a los heridos.
Siguieron días espantosos al de la batalla pues se juntaron varias circunstancias
negativas: la enorme cantidad de heridos, que no se veía desde las guerras
napoleónicas; el precario estado de la sanidad en general y la de campaña en
particular; la mínima y deficiente organización en personal y medios de la logística
sanitaria; el tiempo de calor veraniego reinante que empeoraba la evolución de las
heridas; la falta de infraestructuras en la zona de los combates. Todo contribuía a crear
un escenario dantesco.
Henry Dunant empezó ayudando a los más cercanos para acabar casi organizando un
hospital de campaña en el pueblo de Castiglione delle Stiviere, para, a partir del sexto
día, moverse por la zona encontrando alguno de los altos oficiales franceses, entre
ellos al mariscal Mac Mahon, pudiendo de esa forma hacerse una imagen muy nítida
de lo que había sido los combates en los distintos escenarios de la batalla y de lo que
estaba siendo el día después.
En 1862, instalado en Paris, con la consideración de filántropo, decidió escribir sobre
los sucesos de Solferino, con una primera parte dedicada a describir la batalla, con
unas descripciones vívidas y dramáticas de los diferentes combates que parecen haber
sido extraídas de los relatos de los heridos por él socorridos, para en una segunda
parte centrarse en la descripción de la situación miserable y desesperada de los
heridos tanto en el hospital de circunstancias por él organizado en Castiglione, como
en los de mayor capacidad de Brescia y de Milán; sin dejar de lado el agotamiento de
los pocos médicos disponibles y la casi total ausencia de enfermeras, por entonces
apenas iniciando su servicio en los hospitales del mundo occidental.
Sigue el relato de Dunant con una serie de especulaciones sobre el alivio que se podría
dar a los heridos, y el recorte en el número de muertos que se produce en los días
sucesivos a las batallas, con la simple aplicación de unas mínimas medidas preventivas;
para después aventurarse a escribir sobre la posibilidad de crear un cuerpo de
voluntarios y sociedades nacionales que, amparadas en unos acuerdos previos por
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parte de las naciones beligerantes, podrían aliviar enormemente el padecer de los
heridos de guerra.
El relato, editado en formato opúsculo a sus expensas, fue enviado a una serie de
personalidades, logrando gran repercusión, algo que llevaría, además de ulteriores
ediciones, a que dos años más tarde se reuniese en Ginebra una convención que daría
pie a lo que más tarde sería el Comité Internacional de la Cruz Roja; y también,
seguidamente, a que, mediante otras convenciones, se aprobase en esa ciudad los
conocidos Convenios de Ginebra, el primero de los cuales tiene fecha de 1864.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
Di Rienzo, Eugenio. Francia e Italia sul “sul crinale di Solferino”. Memorie della
academia roveretana degli Agiati. Rovereto, 2019.
Dunant, Henry. Recuerdo de Solferino. Comité Internacional de la Cruz Roja. Ginebra,
1982.
Mattigana&Tanzi. Storia del Risorgimento d’Italia e della guerra dell’Independenza.
Legros e Marazzani. Milano, 1861.
1 Fue esta una de las últimas veces que se vieron jefes de estado implicados directamente en el campo
de batalla. Napoleón III volvería a hacerlo en la guerra franco-prusiana cayendo prisionero en la terrible
batalla de Sedán en 1870. Su hijo Napoleón Eugenio caería en combate en la Segunda guerra anglo-zulú,
en Sudáfrica en 1877.
2 No está clara cuál era el motivo de que Henry Dunant se encontrase precisamente en Castiglione delle
Stiviere aquel preciso día. Hemos usado el viaje de negocios como uno de los apuntados.
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