Democracia aristocrática
La democracia representativa, sistema político en el cual se supone que nuestra nación se desenvuelve desde hace más de cuarenta años, inició sus balbuceantes pasos por la historia en nuestro solar patrio precisamente, y pese a que muchos piensen, erróneamente, que fue en Inglaterra donde eso sucedió. Para nada, fue en León, allá por el lejano 1188, bajo el reinado de Alfonso IX, casi dos siglos después de que la corte del reino de Asturias se hubiese trasladado de Oviedo a la ciudad meseteña, cambiando con ello el nombre del viejo reino.
En el meollo del asunto estaba la necesidad de fondos que acuciaba al rey y que necesitaba ser recaudada en los burgos y ciudades, algo que, para evitar trifulcas con nobles, burgueses y eclesiásticos, convenía lograr mediante una cierta negociación, para lo que fueron convocados representantes de algunas poblaciones. Nacía el concepto de la representación y con él el principio general de no taxation whithout representation, “sin representación no hay impuestos”, regla que, básicamente sin muchos cambios, ha llegado hasta nuestros días.
En Polonia, desde ese mismo principio, las cosas derivaron malamente. La nobleza, alta y baja, fue apoderándose de todo el sistema hasta llegar a elegir al propio monarca y dejar sin voz ni voto a los otros estamentos, clero y burgueses. Su poder llegó hasta copar la justicia del reino, lo que la convertía en una suerte de sistema totalitario. Pero tanto poder llevaba implícita la discordia.
Las diferencias entre las distintas familias de la nobleza, en medio de esta suerte de tiranía democrática, llevó al exilio de todo el que podía irse y la consiguiente pauperización del país; se decía entonces que “en Polonia los burgueses son nada y los campesinos menos que nada”; seguirían las guerras internas y a ellas el corolario natural, la depredación del territorio por parte de las potencias vecinas a mediados del S.XVIII, y con ello la desaparición del país durante casi dos siglos. Pareciera que los nobles polacos se vieran a sí mismos como los antiguos ciudadanos atenienses, pero ya no era el tiempo de esos usos.
En la España de hoy, ya no tenemos clase nobiliaria; ni siquiera tenemos una clase capitalista al modo norteamericano; lo nuestro es más de andar por casa, nosotros tenemos una clase política que funciona como aquella polaca que se apoderó de todos los resortes del país. Tenemos grandes y pequeñas familias nobiliarias en forma de partidos políticos que forman a sus vástagos en las Juventudes de sus organizaciones, pensando en el futuro de su grupo y de su persona más que en el de la nación. Controlan todos los poderes del estado, como vemos estos días en la pendencia para nombrar un nuevo Consejo del poder judicial; al rey no lo nombran, pero lo acosan o ningunean. Es una situación que recuerda mucho a la de aquella Polonia de democracia aristocrática y que acabó devorada por sus vecinos; es una situación preocupante, mucho.
Raúl Suevos
A 16 de diciembre de 2020
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
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