El desenmascaramiento
Era este pasado sábado el gran día, el del fin de la mascarilla de protección frente al covid. El día que significaría un antes y un después en la lucha contra la pandemia; uno más en los hitos que se nos han venido anunciando desde que el bicho se instaló en nuestras vidas.
Esta nueva frontera en el avance contra la epidemia venía envuelta en las necesidades, siempre crecientes y apremiantes, de la política nacional; cada día más extenuante. Tanto es así que el anuncio presidencial llegó de la mano del transcendental –en sentidos diversos y no concurrentes según los actores políticos- indulto gubernamental a los condenados por el intento de golpe de estado en Cataluña. Blanco y negro, yin y yang, ormuz y arhiman, siempre la misma historia.
La parte correspondiente a la mercadotecnia política es de suponer que se cocinaría en los fogones del señor Redondo, a quien se le adjudican todas las salsas en nuestro país desde hace algún tiempo, pero le correspondía la parte expositiva a la ministra Darias que, no sé si mal asesorada o porque ella es así, nos ofreció una declaración que, en mi opinión, pasará a la historia de lo que no se debe hacer en comunicación pública. Tan blanca era la sonrisa de sus dientes, tan melifluo –en su acepción negativa- sonaba su otrora dulce y cadencioso acento canario que uno no podía evitar acordarse de la reina bruja Grimhilde ofreciéndole la manzana a la bella Blancanieves. Qué horror de comparecencia, Señor.
El caso es que el sábado salí a la calle intrigado por el efecto que la entrada en vigor -cabría decir desvigorizante pues no anulaba sino que disminuía su amplitud- de la directiva sobre el empleo de máscara tendría sobre el personal en Gijón y confieso que, desde la misma puerta, mi sorpresa fue mayúscula ante la respuesta que la gente daba a la señora Darias.
Por el centro el uso de la mascarilla era prácticamente total de modo que, paseante sin destino ni premura, me dirigí al Muro, lugar amplio –mucho más con la ampliación temporal del pasado año- y siempre bien aireado donde, en plena hora vermutina[i], el gentío era apreciable. Y allí, prácticamente lo mismo, con la salvedad de algunos marchadores que, aún así, la llevaban en la muñeca o a modo de barboquejo. Era como si la comunicación del gobierno no hubiese existido. Hasta una temprana y patética pandilla de despedida de soltero hacia muestra de un honroso 50% de uso que, presumiblemente, iría decayendo con el paso de las horas.
¿Será el peso de la variante india? ¿Habrá tocado techo la capacidad de embaucamiento del doctor Sánchez? Son muchas las preguntas que a uno le vienen ante la respuesta ciudadana, que los noticiarios dicen que lo fue a nivel nacional, pero, una vez más por desgracia, me parece que el gobierno no lo está haciendo bien, y lo que es peor para ellos, quizás realmente sea una nueva frontera, quién sabe.
Raúl Suevos
A 27 de junio de 2021
[i] Quizás sea un neologismo, no lo sé, pero me refiero a las 13.00 h, hora ideal para el vermú en casi toda España.
Después que desnudaron a España hasta convertirla en la peor remera en todo lo relacionado con la pandemia, ahora aquí somos la nación más complicada del planeta en lo que a índice de infectacion se refiere. Nada. Que Dios castiga.
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