Josephine y Almudena
Fue el de ayer un día para recordar a féminas especiales y también, a caballo de los actos o gestos que las homenajeaban, para apreciar las diferencias que existen entre lugares, personas e instituciones. Fue ayer un día en el que los franceses llevaron a Josephine Baker al Panteón, el mayor honor póstumo que la República otorga a algunos de sus ciudadanos; y en Madrid, adjudicaron una calle y una medalla a la recién desaparecida Almudena Grandes.
El acto parisino, retransmitido en directo por la cadena nacional francesa, contó con toda la solemnidad y parafernalia que allí le dan a este tipo de acontecimientos. Con el presidente de la República como relator; en el centro del edificio, bajo la magnífica cúpula, el ataúd de Josephine, entrado a hombros de un piquete de honor, se mostraba como protagonista bajo la bandera y sus medallas, y Macron, muy entonado, fue relatando las vicisitudes y múltiples peripecias de la vida de la gran figura que acogía la institución. Al final, tras los vivas a la República y a Francia del presidente, un coro militar entonó la Marsellesa. Magnífico acto de exaltación nacional a partir de la figura de una bailarina negra de humildísima extracción llegada, en mitad de los “locos” 20, de unos Estados Unidos donde aún imperaba una feroz segregación racial.
En Madrid, ayer, tras la inhumación del cadáver de Grandes, utilizo esa expresión por el carácter civil que la finada quiso para su final, hubo acuerdos institucionales, no unánimes, para otorgarle una calle, en el caso de Madrid, que, sin embargo, no la nombrará hija predilecta, y, por parte del gobierno, la medalla de oro al mérito en Bellas artes. Llegaba esto después de las emotivas imágenes del cementerio de la Almudena, a donde acudieron un buen número de lectores munidos de apropiado libro de la autora, y también después del desfile de figuras del mundo de las artes y la política que acudieron al tanatorio un día antes y que a mí, debo confesarlo, me recordaron al listado de aquellos otros, de hace algunos años, conocidos como “los de la ceja”; personajes que hoy también se deben de emocionar cada vez que Zapatero acude a repartir talante a Venezuela.
Hoy leo alguna diatriba en prensa contra los representantes conservadores, a los que sólo falta tachar de fascistas por su tibia o silente respuesta ante la desaparición de Grandes, y, por ello, no me resisto a la comparación, sin entrar en la parte literaria ya que nunca leí a esta señora, aunque la equiparación que alguno hace con Don Benito me parece harto exagerada, y supongo que pasados unos años sabremos su verdadero alcance como autora.
En el caso francés no me cabe duda que Baker representaba valores fundamentales, no ya de la República, sino de la humanidad, aunque sin duda su abrazo de la nacionalidad francesa y su implicación personal a riesgo de vida durante la Ocupación la hacían ser un referente nacional por encima de clase, raza o religión. En nuestro más mundano terruño madrileño nos encontramos con una autora militante, así lo dicen sus admiradores y así se clasificaba ella misma. Pero esta militancia lo era desde la negación de la concordia que representaba la Transición y en pos de una memoria histórica de claro carácter político, aderezada con algunas manifestaciones personales, cuando menos dolorosas para una parte del espectro social. Por ello, llegada la hora final, es razonable que la reacción no sea unánime, ni mucho menos, pues su postura revivía el mito de las dos Españas machadianas, atacando sin desmayo la conservadora, impidiendo de paso, la emergencia de la Tercera España, la moderada, que creo sigue subsistiendo, intentando que no le alcancen, al menos, los goyescos garrotazos. Descanse en paz.
Raúl Suevos
A 1 de diciembre de 2021
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
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