De honores y recompensas
Cuenta la leyenda que cuando Julio Cesar entró en Triunfo en
Roma llevaba a sus pies, acuclillado en la cuadriga, a un esclavo que le
susurraba “recuerda que eres mortal, oh Cesar”; y es que entrar en triunfo en
la capital del imperio era el máximo honor al que un ciudadano podía aspirar.
Estaba reservado para los generales “triunfantes” y en el de Cesar, nos detalla
la historia, participaron también un buen número de prisioneros galos, entre
ellos Vercingétorix, el líder sometido en Alexia y estrangulado al finalizar el
desfile.
La romanización ha dejado su impronta profunda en nuestra
civilización y así vemos que en todos los países se sigue manteniendo la
tradición de los honores a los grandes hombres, en unos casos con más acierto y
justificación que en otros, como es el nuestro, en el que, estos últimos días,
hemos podido constatar que el honor de ingresar en la real y distinguida orden
de Carlos III ya no se hace por “haberse distinguido especialmente por sus
acciones en beneficio de la corona y de España”, sino que es el simple hecho de
haber sido nombrado ministro, aunque fuese por escasos días, lo que motiva el
supuesto honor. Cabe preguntarse si es que la Orden ya no supone un honor, o
si, simplemente, la sociedad tiene otra medida de lo que antes representaba tal
honor.
Roma no sólo premiaba a sus próceres, también lo hacía con la
base de sus legiones para los que contaba con una amplia gama de recompensas,
perfectamente reguladas y descritas, tanto que conocemos hasta el nombre del
más condecorado de sus legionarios, Spurius Ligustinus, combatiente durante 22
años en casi todos los frentes de Roma. También nos llega el nombre de Dentato
entre los oficiales, que alcanzaría fama y recompensas. Y es que, la religión
de hombres honrados que escribiera Calderón, siempre merece el reconocimiento.
Lo hemos visto estos últimos días en los que nuestro gobierno
ha premiado a los soldados que con su entrega taparon la falta de previsión en
la evacuación de nuestros colaboradores afganos, muchos, según va trascendiendo,
aún allí varados. Ha habido una lluvia de medallas, unas cuantas con distintivo
rojo para los mandos; esas mismas que tan cicateramente fueron restringidas
durante los veinte años de nuestro despliegue en aquel país, pese a los
combates y las muertes de nuestros militares allí desplegados. Ahora se trata
de vender la “buena” acción gubernamental, entonces se buscaba taparla, que no
se hablase de ella, aunque algunos recuerden aquel viejo dicho: “luchó con
denuedo el teniente Pimentel y le dieron la medalla a su teniente coronel”, si
bien para los guardias civiles y policías del “proces”, sin distinción de
grado, sólo hay silencio.
Son los honores y recompensas que nos llegan desde nuestra
vieja historia romana, y bueno es que existan aunque, con la que está cayendo,
bien vendría tener en cuenta a los sanitarios que llevan dos años desplegados
en línea de batalla.
Raúl Suevos
A 2 de enero de 2022
Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com
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