La nueva inquisición
Fue el presidente Clinton, creo recordar, el que nos hizo
pensar por primera vez en estas cosas con aquello de la “afirmative action”; es
decir, la selección de candidatos para las instituciones del gobierno en
función de sexo, raza, credo o nacionalidad, en aquellas áreas en las que
podían estar subrepresentadas esas características sociales. Una iniciativa a
la que, de entrada, era muy difícil oponerse. Desde entonces la situación ha
evolucionado y, en algunos casos, podríamos pensar que estamos a punto de
alcanzar un punto de paroxismo tiránico en esta situación.
De la “afirmative action” hemos pasado, en general en
occidente y particularmente en el mundo anglosajón, a algo que se acerca mucho
a la tiranía de las minorías. El pensamiento o cultura woke, “despierto”, fue
lo siguiente. Un movimiento que anima a estar alerta ante las injusticias
sociales basadas también en las premisas antes citadas, algo a lo que es
difícil también ponerle pegas si partimos de la asunción de que la evolución
humana, tanto en lo individual como en lo colectivo debe tender hacia la
perfección.
Asumidos estos presupuestos, particularmente en los templos
del saber que son las universidades, llegó el momento de aplicarlos de forma
práctica, y eso se hizo de la mano de los consejos y comités encargados de
velar por la aplicación de los criterios D-I-E, es decir, diversidad,
inclusividad y equidad; uno de cuyos valores principales viene marcado por el
acrónimo BIPOC, correspondiente a negro, indígena o gente de color,
características que dan preferencia en esos, antes, templos de la libertad de
opinión, por encima de las capacidades.
La actual exacerbación de las tensiones sociales
norteamericanas, llegadas de la mano, entre otros fenómenos sociales, de
movimientos como el “me too”, o el “black lives matter”, están convirtiendo a
las universidades en campos de caza contra aquellos que osen disentir de la
actual opinión imperante, dándose el caso de abandono, ante el acoso, de
figuras importantísimas del pensamiento y la docencia que se sienten
hostigadas, más allá de lo que están dispuestas a soportar, por la intolerancia
actualmente reinante, de la que "nuestro" escrache no es más que una versión populachera. El resultado no puede ser otro que el empobrecimiento
intelectual de las universidades, algo que recuerda enormemente a los
resultados logrados por la Inquisición siglos atrás. Esto es especialmente
llamativo y doloroso en el caso de feministas renuentes ante el imperio de lo
transgénero. Ye lo que hay.
Los derribos de estatuas a lo largo y ancho del mundo anglosajón,
y también en Hispanoamérica, por distintos motivos, van por el mismo camino y
alertan claramente de lo que nos viene. Aunque la pasada semana, en una
universidad británica, ya se alcanzó un nivel inimaginable hace poco con la
inclusión del “1984” de Orwell en el elenco de libros peligrosos para los
alumnos; situación paradójica para una obra maestra que alerta contra el
pensamiento único, las neolenguas y el totalitarismo en general.
Quizás nuestro futuro sea “un mundo feliz” huxliano vigilado
por el nuevo “Gran hermano”, o quizás habría que leer a John Stuart Mill y su
viejo “On the liberty” para intentar evitarlo.
Raúl Suevos
A 28 de enero de 2022
Buenas reflexiones, pero no se puede desfallecer. Hay que levantarse cada mañana pensando en dar la batalla cultural, cada cual en su entorno y a su manera, pero no se puede parar. Hay enfrentarse al pensamiento único, porque además de ser aburrido nos conduce a la injusticia y a una cada vez mayor desigualdad.
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