The Italian way of life
Llegué a vivir en Italia con mi joven familia en el otoño del
96, y, aunque los estereotipos italianos en España nos dicen que somos muy
parecidos, la realidad nos enfrentó a un claro choque cultural en todos los
sentidos que, justo es decirlo, se superó en unos meses para llevarnos a todos
a abrazar la cultura italiana.
Al principio había dos asuntos que me chocaban especialmente.
El abuso de términos ingleses, puesto que, faltos de una Academia de la lengua,
no incorporan por italianización sino que mantienen el extranjerismo tal cual;
lo que me dejaba atónito puesto que, estudiante de la hermosa lengua Dante, me
parecía incomprensible que permitiesen tal invasión. Cosas de Italia.
La otra cuestión era la política, vivida directamente cuando
durante días pasaba por delante de casa la columna blindada que transportaba a
Toto Riina al proceso por el atentado de la Galería de los Uffizi. Una política
que a mí me sorprendía con cada nueva noticia o matiz que percibía en charlas
con los compañeros o en la prensa cotidiana. Me costaba comprender que el líder
del Partito de la Sinistra, heredero tras Tangentopoli de socialistas y
parcialmente comunistas, se pasease en verano por las costas italianas en un
velero de 15 metros de su propiedad, o que el dirigente de Refundazione
Comunista, heredera del Partido Comunista, fuese elegido todos los años como el
hombre más elegante de Italia, sin necesidad de usar los míticos jerseys de
Marcelino Camacho. Cosas de Italia.
El desencanto por un lado y la alienación de la sociedad
italiana, presagiada ya por Pasolini, están detrás de lo que vemos en los
últimos años. Un Berlusconi llegado a la política para escapar de sus múltiples
procesos por corrupción, al que siguió un Liga Norte travestida en populismo
nacional para dar paso después a un cómico antisistema cargado de estrellas y
confusión, mientras entremedio distintas componendas de la izquierda clásica
mangoneaban los gobiernos italianos sin ser capaces a revertir la senda de
decadencia en la que se debate el país estos últimos decenios, y que con la expulsión de Draghi ha tocado techo.
Meloni, a la que la llamada prensa progresista trata de
despedazar estos últimos días, y a la que no parecen querer dar cuartel una vez
ganadas las elecciones con una ley electoral de factura socialista, no es más
que la expresión del deseo de los italianos de recuperar el puesto que les
corresponde en la cultura y la economía europeas, y en su propio país. No veo
por ningún lado el peligro alertado impúdicamente por muchos, entre ellos la
propia Comisión Europea, en una incomprensible salida de tiesto por su parte,
puesto que los equilibrios inestables de la propia coalición del futuro
gobierno no lo permitirán.
Meloni, ultraderechista a los quince años y hoy conservadora,
es una señora que ya fue ministra en un gobierno Berlusconi, que ha sabido
llegar a los italianos desde un claro populismo de derechas, que no llama a
ocupar las calles como hacen los progresistas de izquierda, ni utiliza el
escrache como arma de ataque personal, ni bloquea conferenciantes
universitarios. Es una señora que ha llevado hoy a una caída de las bolsas
europeas, excepto una, la italiana, y a la que habrá que dar un margen de
confianza después de haber ganado con total limpieza las elecciones de una
Italia fundadora de la Unión Europea y de la Otan. Ye lo que hay.
Raúl Suevos
A 26 de septiembre de 2022
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