Contrato con España
A nadie se le escapa que estamos ya en plena campaña
electoral, y así debe contemplarse el acto que hoy ha tenido lugar en el
oratorio gaditano de San Felipe Neri, sede circunstancial de las Cortes
constituyentes de Cadiz, aquellas de la Constitución de 1812 y cuyo discurso
introductorio a cargo de don Agustín Argüelles sigue siendo hoy una muestra
mayúscula de lo que era la oratoria política española de antaño.
El señor Feijoo, al que las distintas encuestas parece
colocar como futuro presidente del gobierno de España, con la inestimable ayuda
del actual inquilino de la Moncloa, ha debido tomar como referente al señor
Newt Gingrich, antiguo presidente de la Cámara de representantes de los EEUU
quien, en 1994, con las encuestas a su favor, avanzó para su campaña
presidencial un “Contrato con América” en el que definía una serie de medidas
que tomaría en cuanto llegase a la presidencia; aunque, desgraciadamente para
él, nunca llegó a saberse si mantendría la palabra pues no logró ganar las
elecciones.
El gesto, en cuanto medida de comunicación pública, tiene su
enjundia, y, naturalmente, hoy es la noticia de apertura de todos los medios de
comunicación. En su contrato, el señor Feijoo, nos promete básicamente revertir
la mayoría de las medidas tomadas por el gobierno Frankestein, según memorable
calificativo cuya paternidad pertenece al fallecido Rubalcaba. Algo que está
muy bien pero no está claro que sea suficiente.
Uno de los elementos que ha suscitado más interés de la
prensa ha sido la propuesta para cambiar la ley electoral de forma que gobierne
el partido más votado, para lo que se reservaría un premio de representantes,
al modo como ya se hace en algunos países no sólo a nivel municipal sino
también al regional y al nacional. Hasta ahí no ha llegado Feijoo.
Es en el cambio de la ley electoral, junto con la
independencia del poder judicial, donde se encuentra la clave para una
regeneración de la calidad democrática de nuestro país. Con ello, de forma
sucesiva y automática se irían resolviendo los problemas y taras que hoy nos
atenazan. Bastaría una ley electoral con sistema mixto, lo cual mantendría la
proporcionalidad y representatividad del sistema, algo que no se lograría con
un premio de representantes para el ganador, que sólo serviría para arrinconar
a los extremos, izquierda y derecha, dejando en cambio la posibilidad de que
los partidos separatistas, en según qué situación, pudiesen seguir chantajeando
al partido de gobierno.
Si los programas electorales no tienen valor contractual con
el votante parece muy difícil llegar a pensar que este Contrato vaya más allá
de un simple gesto electoral, eso sí, muy bien montado.
Raúl Suevos
A 23 de enero de 2023
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