Gabriele d'Annunzio
En Florencia, ciudad maravillosa, hace mucho calor en verano,
con un punto de humedad sofocante que le da el rio Arno que la atraviesa, y el
estar rodeada de montañas o colinas. Era normal escaparse en la tarde a Fiésole
a respirar, o, en nuestro caso, a Settignano, menos conocido y cómodo para
cenar en familia.
Hoy el pueblo es más conocido porque a sus pies se encuentra
la instalación de la Squadra Nazionale Calcio, es decir, el centro de
entrenamiento de los azzurri, pero en el pasado fue donde criaron en una
familia de picapedreros a un tal Miguel Ángel, allí le entró el veneno de la
escultura. También los Medici decidieron construir una de sus villas, hoy
visitable; y ya a principios del siglo XX un tipo particular, ídolo de masas
para los estándares actuales, se instaló durante varios años con su amante
temporal, la actriz Eleonora Duse, en una casa del lugar, la Capponcina. Era
Gabriele d’Annunzio.
En nuestra época el sitio se había convertido en una
magnifica trattoria con terraza, en la que se podía alargar la sobremesa y que,
en mi caso, me abrió la puerta a la vida de esta singular figura. Un tipo casi
inabarcable, poeta de renombre desde muy joven, dramaturgo, novelista, provocador
cultural, amado de las masas, y de las mujeres. De Settignano escaparía,
agobiado por las deudas, para un autoexilio francés de varios años.
Descubriría entonces la velocidad, rodada y aérea, lo que le
llevaría a participar y organizar diversas competiciones pero, sobre todo, a
convertirse en aviador, casi un as en esos primeros años, en los que, llegada
la Primera Guerra mundial, participa como oficial de Infantería y como
intrépido piloto, lo que le lleva a perder un ojo y casi la vida. Para entonces
más que ídolo era un héroe nacional.
Inconformista hasta el paroxismo, para 1919 se lanza,
acompañado de 200 correligionarios, a los que seguirían varios miles, a ocupar la
adriática Fiume, la actual Rijeka, una ciudad de población y lengua italiana,
que quedaba en manos del recién creado reino de Yugoslavia y en la que llegaría
a promulgar una Constitución a la espera del respaldo del gobierno italiano,
algo que nunca llegaría, antes al contrario, le impondría un férreo bloqueo en
cumplimiento de los Tratados de Rapallo que llevaría al incomprendido héroe a
abandonar la ciudad en 1921, tras verse asediado y combatido por el propio
Ejército italiano.
Comenzaría entonces la parte final y, en cierto modo
dramática, de la vida de d’Annunzio pues, en un acto sublime de protesta, para
él y sus seguidores, decide autoexiliarse de por vida en su villa de Gardone
Riviera, a orillas del Lago di Garda.
Continuará
Raúl Suevos
A 7 de febrero de 2023
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