Entre Cesarismo democrático y Democracia iliberal
El primer concepto, el de Cesarismo democrático, es un
término político desarrollado por el venezolano Vallenilla Lanz en un libro
publicado en el lejano 1919. Según él, se parte de un líder carismático que
alcanza el poder, incluso a través de elecciones, para luego perpetuarse,
mediante el opacamiento o control de las instituciones democráticas, el culto a
la personalidad del líder, y el empleo de la fuerza si se hace necesario.
Teniendo como ejemplo relumbrante a Juan Domingo Perón, y en tiempos más
cercanos, al inefable comandante Chávez. Dejamos a Fidel Castro de lado por ser
un caso paradigmático de dictadura militar.
El segundo, es decir, el de Democracia iliberal, es mucho más
reciente, y nos llega de la mano del analista político estadounidense Fareed
Zakaria que lo alumbraría en un memorable artículo de 2003 en el que le
adjudicaba como características las siguientes: El acceso al poder mediante
elecciones limpias para después restringir el ejercicio de libertades; recortar
el imperio de la ley mediante el control del sistema judicial; la supeditación
absoluta del poder legislativo al ejecutivo, y, finalmente, el incremento del
control y subordinación de los medios de comunicación pública. Un sistema
político que tendría como ejemplos notorios al turco Rayip Erdogan, y más cerca
al otrora conspicuo Victor Orban de Hungría.
Viene todo esto a cuento de la noticia de la anulación por
parte del Supremo del nombramiento de la señora Valerio como presidente del
Consejo de estado, por no ser jurista de prestigio, o también la anulación del
nombramiento de la señora Delgado como fiscal de la Sala militar del Supremo
por evidente desviación de poder; o el inédito pronunciamiento negativo del
Consejo General del poder judicial en cuanto al propio nombramiento del Fiscal
general por falta de condiciones
morales. Algo que nunca antes había sucedido. Todo un rosario de señales alarmantes
para nuestra democracia.
Son advertencias que nos dicen que, por el momento, el poder
judicial aún está vivo, pero son tantos los peligros que le acechan,
especialmente con las siniestras amenazas que suponen las referencias al
“lawfare” en el proyecto de amnistía, anglicismo que señala la judicialización
política interesada, que debemos no perder de vista el hecho de que el
menoscabo de la independencia judicial es directamente proporcional a nuestra
insignificancia como ciudadanos, para pasar de nuevo a la de súbditos, pero
esta vez de un secretario general, no de un rey.
Nuestro sistema político da un poder casi absoluto, durante
la duración de la legislatura, al presidente del gobierno, convirtiéndolo casi
en un autócrata, y, como hemos visto, los controles y equilibrios que la ley
marca, no siempre son suficientes para mantenernos en la senda constitucional.
Ye lo que hay.
Raúl Suevos
A 30 de noviembre de 2023
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