La mano de Ábalos alcanzó La Habana
En mi segundo día de trabajo, en septiembre del 2010, en La
Habana, me sorprendió la voz que los altavoces me traían desde el exterior.
Parecía Fidel pero pensé que eran figuraciones mías; pese a ello bajé a la
calle donde me encontré con una apreciable multitud que escuchaba al Comandante
en lo que fue su último discurso público.
Ya la enfermedad lo había retirado, pero seguía siendo una
figura internacional, aunque no resplandecía tanto como en los tempranos años
sesenta del pasado siglo. El Periodo Especial, es decir, la hambruna que se
produjo cuando los rusos se retiraron, y con ellos los subsidios que de Moscú
llegaban, había ido convirtiéndose en un mal recuerdo, si bien el futuro del
país seguía siendo, especialmente en lo económico, tan obscuro como las barbas
que aquellos combatientes castristas lucían cuando ocuparon La Habana en las
Navidades del 59.
Con España las relaciones seguían siendo familiares, es
decir, entre riñas y abrazos; y según el humor de un Fidel que yo conocí ya
decrépito. Y eso siempre se ha apreciado con los representantes en la isla, los
embajadores, que generalmente han sido cuidadosamente elegidos entre los
mejores especialistas de la carrera y según el color del gobierno de turno,
algo lógico teniendo en cuenta las implicaciones sociales que entre nosotros
siguen teniendo los sucesos de la Perla del Caribe. Hasta ahora.
El actual embajador supuso una gran sorpresa. Un desconocido
llegado de la cooperación exterior española, con muchos años de discreto y
desconocido trabajo en Colombia, donde habría coincidido con el actual hombre
de moda en la política nacional, el diputado Ábalos, que también por allí
anduvo buscándose el peculio durante largo tiempo, como consultor en asuntos
políticos y antes de entrar de lleno en la política valenciana, desde donde
saltaría a la fama como escudero del doctor Sánchez.
Ahora al señor Peccis, que así se llama el pupilo de Ábalos,
se queda sin trabajo, como la mayoría de los antes protegidos, y que,
desenmascarados con el asunto de las mascarillas, tendrán que buscarse nuevos
padrinos si no quieren quedarse en la intemperie. Sin sinecuras ni puestos de
asesor, sin esperanza si los vientos cambian y se produce el relevo en la
magistratura nacional, lo que llevará a un barrido en las covachuelas del
poder.
Todo lo relacionado con el antaño poderoso ministro de
Transportes huele a podrido y nadie en la alta administración quiere que lo
asocien, y es quizás por ello que el ministro Albares, quizás preventivamente,
ha nombrado al actual embajador en Turquía, Javier Hergueta, antiguo consejero
de cultura en La Habana, para sustituir al sorprendente señor Peccis. Ye lo que
hay.
Raúl Suevos
A 2 de marzo de 2024
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