El mundo en sus manos
Fue una película memorable, de aventuras, con Gregory Peck y
Antony Quinn en los papeles principales, y con Raoul Walsh como director. Una
historia de amores y peripecias marinas entre San Francisco y la entonces rusa
Alaska. Una película siempre entretenida y amena para volver a ver, pero estas
líneas no van de ella, sino de un espacio mucho más estrecho, el del tranvía de
Zaragoza en el que me desplazaba después de una comida con un buen puñado de
amigos y compañeros.
Volvía desde el barrio del Actur, y en el vagón, lleno casi a
rebosar, la mayoría del personal era gente joven, con pinta de venir del campus
que allí existe, o bien dirigiéndose al tradicional del centro de la ciudad.
Todos ellos más o menos pensativos y enfrascados en sus propios asuntos.
Una vez encontrado
acomodo, medio encastrado en una esquina, pude dedicarme a observar con
detenimiento el panorama, y allí mismo, justo a mi lado, una muchacha llamó mi
atención, no por su físico, ni por su estilismo, sino por su uso desatado del
teléfono, el cual manejaba con una sola mano mientras se sujetaba con la otra.
Su velocidad y versatilidad en el uso del pulgar, con giros para mí
inverosímiles, absorbía mi atención como si nada más digno de atención hubiese
en el aquel vagón. Aún quedaba margen para sorprender.
En la primera parada, sin necesidad de asegurar su
estabilidad, pasó a digitalizar con ambas manos, y eso, esa velocidad, ya me
pareció inverosímil, increíble, estupefaciente. ¿Estaría yo asistiendo a un
primer estadio de una evolución anatómica de la especie humana? ¿Sería esta
chica un simple espécimen extraordinario dentro de un orden natural? Con la siguiente
parada, y en medio de mi desasosiego ante lo que me parecía algo fuera de la
naturaleza de las cosas, me repantigué un poco mejor en mi esquina, y pude
darme cuenta de que a mi lado, otra joven había tomado lugar, y también ella
manejaba ambas manos y pulgares con velocidad, a mis ojos, extraordinaria.
Ambas dos, que podrían perfectamente ser ambos, además de
dominar el equilibrio que el transporte público requiere, estaban absolutamente
enfrascadas en el mundo de esa pequeña pantalla que las abducía y las llevaba a
posar con admirable rapidez y maestría las yemas de sus pulgares sobre el
cristal, nada parecía interesarlas más allá de lo que su pequeño y personal
mundo les exigía, y, al mismo tiempo, les entregaba.
Es un mundo, el actual, de múltiples dimensiones, de viajes
infinitos, virtuales y también reales, pero que, al mismo tiempo, nos mantiene
y encierra en nuestro pequeño mundo de relaciones cibernéticas. El mundo en
nuestras manos.
Raúl Suevos
A 24 de octubre de 2024
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